Reseña de "Siempre en domingo" (de Carlos Decker-Molina)
Reseña de Carlos Decker-Molina. Siempre en domingo. Madrid: Ápeiron Ediciones, 2024.
Reseña escrita por Willy O. Muñoz, Ph.D. en literatura - USA
Corre el año 2048 en Q’arapampa, pueblo andino regido por el Gran Yatiri, cuyo poder tiránico aterroriza a la población. Su plan es retornar al pasado, al tiempo de los antepasados anterior a la mezcla de razas. Para lograr su propósito persigue a los que no concuerdan con su forma de gobierno, acosa a los que reniegan de su pasado indígena originario y aceptan la cultura del colonizador. Difunde como fundamento de su cosmovisión los beneficios que brindan el padre Inti, el dador de vida, y la madre Pachamama. Asegura también que la lectura de las hojas de coca le posibilita ver el futuro y le señala el buen camino a seguir. Estructuralmente, en esta distopía se codifican dos espacios antitéticos: el de Q’arapampa y el de la llamada La Frontera. Por imposición del Gran Yatiri, en Q’arapampa se tienen los ojos vueltos al pasado, mientras que en La Frontera se marcha con miras al futuro.
El Gran Yatiri instituye un experimento social en Q’arapampa, al que llama el Gran Cambio Paradigmático de la Cultura y de la Moral, pero impone, a la vez, una serie de prohibiciones. Para controlar la mente de los ciudadanos establece un comité de lectura que supervisa la venta y lectura de libros y revistas extranjeras, textos que considera propaganda del imperio y de la colonia, que traen consigo la semilla de la inmoralidad, aberraciones que ensucian la mente. Incluso manda quemar libros para deshacerse de tan infausto peligro. En religión, planea expulsar a los tatacuras y reemplazar sus prácticas con los ritos a Inti, el único dios. Intenta también controlar el cuerpo y la mente de la mujer. En Q’arapampa la mujer no tiene ni voz ni voto, pero se espera que obedezca a su marido, que le sea fiel, aunque el esposo no lo sea. A fin de construir una sociedad impoluta, sin cruces raciales, se inculca a la mujer contraer matrimonio solo con originarios para que así la descendencia no sea mezcla con otras sangres. Asimismo, se prohíbe el divorcio y el aborto. A las mujeres que se rebelan se aconseja domarlas a latigazos. Q’arapampa, pues, viene a ser una especie de cárcel para la mujer, lugar del que algunas desean escapar.
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Se fomenta el racismo contra los mestizos, llamados q’aras, que son el resultado de la mezcla de español con originario, quienes se consideran blancos sin serlo. También se insta a menospreciar al cholo por abandonar su verdadera identidad étnica y asumir la herencia colonial con el propósito de ascender de categoría en la jerarquía social. Tales prejuicios renuevan odios ancestrales y enmascaran la discriminación racial que se viene arrastrando desde los tiempos de la colonia. A nivel personal, el Gran Yatiri se aprovecha del trabajo de la mujer. En la comunidad se comenta que las jóvenes hacen turno para limpiar su casa, lavarle la ropa, ocuparse de los mandados y, a veces, son obligadas a satisfacer las necesidades sexuales del Gran Yatiri. Y si embaraza a alguna, la aleja del pueblo para que crie al niño o niña en otro pueblo. En suma, el machismo permea toda relación hombre-mujer en esa sociedad.
Todas estas prácticas sociales tienen como propósito controlar a la población por medio del terror político. El Gran Yatiri cuenta con una red de espías que denuncian cualquier desvío de la regla. En consecuencia, la gente se priva de comentar de la situación en la que vive por miedo de ser escuchada. Las pateaduras, desapariciones y asesinatos son parte del control para sofocar cualquier intento revolucionario. Las condiciones de vida en Q’arapampa son muy diferentes de las de La Frontera. En realidad, La Frontera es el nombre que el pueblo dio a Tikapampa por ser el límite entre lo censurado y lo permitido, un puente entre el ayer y el hoy. Y aunque es solo un barrio tiene una población heterogénea en constante movimiento. En sus calles centrales se nota la mezcla abigarrada de originarios, cholos y mestizos, comerciantes emprendedores e incluso turistas extranjeros. Nadie se preocupa del idioma que hablan ni del color de la piel, menos del origen de la gente. Irónicamente, a La Frontera se dirigen los secuaces del Gran Yatiri para divertirse, beber y frecuentar los lenocinios, prácticas que son maneras de escapar de las prohibiciones que rigen en Q’arapampa. El Gran Yatiri mismo manda cobrar impuestos a los prostíbulos de La Frontera bajo la promesa de no avanzar con su limpieza moral y cultural hasta ese lugar, lo cual manifiesta que su beneficio económico tiene prioridad sobre su plan social.
Los hermanos Cocani Poma gozan del poder que detentan por el solo hecho de estar encaramados al Gobierno. Son los encargados de hacer cumplir las leyes del Gran Yatiri, pero su verdadero interés es sacar provecho de su posición, ya que controlan el movimiento de los taxis, los buses interprovinciales y los camiones que entran con contrabando y salen con pasta base de cocaína, todo bajo la protección del Gran Yatiri. Huelga afirmar que los negocios ilícitos, la trata de personas y la represión política no cumplen con las leyes que intenta implantar, las que se basarían en las tres leyes del incario: Ama sua, Ama llulla y Ama qhilla. Las tribulaciones por las que pasa Wara, nieta del Gran Yatiri, constituyen la sinécdoque de la represión política en Q’arapampa. Se obliga a Wara a contraer matrimonio con un originario, mientras que ella quiere compartir su vida con el cholo del que está enamorada. Tal es la ceguera del Gran Yatiri que Wara paga con su vida por seguir los dictámenes de su corazón. En Q’arapampa ni los que comparten lazos consanguíneos con el Gran Yatiri están a salvo, si no comulgan con sus ideas revolucionarias.
En Q’arapampa el único ente que se opone a los desmanes del Gobierno es la voz narrativa. Dicha voz pone en tela de juicio las contradicciones, dobleces e injusticias del programa del Gran Yatiri. A causa de la confrontación simbólica de la voz narrativa, una suerte de ironía permea toda la novela. En Siempre en domingo el tema del tiempo es una de las estrategias principales. Las numerosas acciones de los personajes tienen lugar los domingos, como lo sugiere el título de la novela. Se simboliza un tiempo reiterativo, como si el tiempo no estuviera sujeto a una progresión inescapable. La reincidencia temporal constituye una especie de estatismo, el estancamiento social de Q’arapampa. De la misma manera, la tierra donde está asentado el pueblo de Q’arapampa no produce nada, es infértil, de modo que tiempo y espacio simbolizan lo infructuoso del proyecto del Gran Yatiri, puesto que se intenta volver al pasado en un contexto en el que todo, inexorablemente, marcha hacia el futuro o como irónicamente lo focaliza la voz narrativa: “El Gran Yatiri solo piensa en volver al pasado, aunque está rodeado por autos que circulan por las vías aledañas a Q’arapampa”. Por tanto, el Gran Yatiri quiere construir un mundo arcaico que ya no es posible.
A nivel simbólico, Siempre en domingo representa la versión ficcionalizada de los gobiernos del primer presidente indígena de Bolivia, Evo Morales, y su proyecto de Cambio. Su propósito reivindicatorio de las clases indígenas, el performance de su adoración al dios Inti y su postura antiimperialista y anticolonialista no pasan de ser lo que Silvia Rivera Cusicanqui llama “palabras mágicas”, señuelos que tienen la magia de hacer pasar por alto los cuestionamientos sobre la realidad nacional. Por otra parte, sus prácticas demagógicas han exacerbado el odio entre los diferentes grupos raciales, fragmentación que se ficcionaliza en la novela de Carlos Decker-Molina.
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